Entre tanta ostentación, aquella ciudadanía que hasta ahora no se oponía, comienza a reflexionar sobre la necesidad y pertinencia del TAV Requiescat in Pace (descanse en paz), Tren de Alta Velocidad. En la deriva hacia la definitiva y necesaria lapidación del capi- talismo, sólo les queda una punta de lanza a los gestores del dinero público: La Nueva Red Ferroviaria Vasca, o dicho sin eufemismos, el Tren de Alta Velocidad. Ese proyecto megalómano y fantasma que comenzó en 2006, y sigue caminando sin que los recortes económicos, el paro, el necesario decrecimiento, los cambios de Gobierno, ni ningún otro factor de la crisis socieconómica le afecte. Proyecto fantasma, en dos de las acepciones del término: fantasma por presuntuoso, en la venta de sus supuestos beneficios potenciales; y fantasma por fantasioso, porque cada día que pasa, el TAV como elemento integrador de nuestro sistema de transporte se aleja de la realidad que vive el ciudadano. Quizás haga falta repetirlo y subrayarlo en negrita: tendrá paradas en las tres capitales de la Comunidad Autónoma Vasca, sí; pero no servirá para enlazar los pueblos de la costa, las comarcas interiores y la mayoría de núcleos urbanos con esas tres capitales. Quienes nos oponemos al TAV vemos con tristeza que esta macroinfraestructura se haya convertido en la fatal excepción que confirma la regla. Los gestores de lo público están dispuestos a recortar en cualquier cosa, hasta en las bajas del personal del sector público; sin embargo, siguen utilizando el Tren de Alta Velocidad como último estandarte del sistema capitalista que nos ha traído a esta situación. Situación que en nuestro territorio tiene la particularidad de que ha sido agravada por el despilfarro en la obra pública y en las infraestructuras. Ese despilfarro continúa. Además, creo que la ciudadanía cada día está más perpleja ante lo que sucede con el TAV y los políticos. Opino que Patxi López y Mariano Rajoy ven pasar el tren sin frenos que representa a la ciudadanía en crisis, lleno de vagones con parados y paradas, lleno de gente en dificultad, y siguen echando leña para que el convoy, cada día más repleto, no se detenga. Dos ejemplos. El Gobierno de Rajoy metió el machete en los presupuestos, redujo la inversión y el gasto, redujo en prestaciones sociales, anuncia 10.000 millones de euros menos en educación y sanidad; y por el contrario, proclamó la mayor inversión de su historia en la Y vasca (314 millones de euros). ¿No pensó Montoro que alardear de ello irritaría a la desempleada, al desahuciado, a la becaria, al cineasta o a la investigadora, entre otros? Su colega defensor y compinche de la megalomanía Patxi López le facilitó el camino un día antes. El lehendakari dijo, el 2 de abril, que «invertir en el TAV era una medida anticrisis». O sea, que cualquier parlamentario se puede ahorrar las iniciativas parlamentarias que interpelen al lehendakari sobre medidas para crear empleo. Visto lo visto, su respuesta podría ser que su mejor, único e infalible plan contra el desempleo es la construcción de esta infraestructura. ¿Qué pensará ese encofrador, generalmente extranjero, que trabaja en los túneles del TAV doce horas diarias durante siete jornadas seguidas, que tiene hasta que quemar sobrantes de dinamita, para pasar a duras penas de los mil euros? Quizás sea esta la salida social a la crisis del señor López. Y entre tanta ostentación de ambos gobiernos, aquella ciudadanía que hasta ahora no se oponía, comienza a reflexionar sobre la necesidad y pertinencia del TAV. ¿Merece la pena tanto gasto? ¿Merece la pena tanta pérdida medioambiental? ¿Merece la pena tanta precariedad laboral? Parece claro que el contexto ha cambiado. De ahí el empeño de algunos políticos en justificar la obra. En su gestación, intentaban que nos imagináramos a nosotros mismos dentro del TAV, rodeados de ejecutivos europeos bien pertrechados de adelantos tecnológicos; y a este paso, podremos ver vagones semivacíos que transportan a una elite que quiere alargar el capitalismo, aunque para ello tengamos que renunciar a todos los derechos sociales y laborales que generaciones anteriores labraron con su lucha. De salida, viendo la nueva coyuntura, hagan una comparación: ¿no sería más productivo invertir en construir provisiones para los mayores, en empleos relacionados con el cuidado y su bienestar como la sanidad, la educación (mucho más duraderos que los trabajos de construcción del TAV)? ¿Y ello no beneficiaría en mayor medida a más personas de esta sociedad? ¡Qué empeño en presentar al TAV como el adalid de capitalismo, del pseudoprogreso y de riqueza económica! Señores y señoras gestoras, lo volvemos a repetir, utilizamos las negritas para escribir otra obviedad, España es el país europeo con más kilómetros de alta velocidad y con mayor tasa de paro. Cambien de argumento; perdón, cambien de excusa
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