En la madrugada del 25 al 26 de abril de 1986 el reactor número 4 de la central atómica de Chernobil explotó. Han pasado 29 años, casi una vida para muchas de las personas que vivieron el inicio de una catástrofe que aún hoy, después de dejar varios cientos de miles de muertos, sigue marcando la vida cotidiana de millones de personas de todo el mundo, pero especialmente de los millones que viven en los territorios afectados.
Los materiales dispersados por la acción de los elementos se depositaron mayoritariamente en Belarus (Bielorrusia), algunas zonas de la frontera con Rusia, y Ucrania. Mirar hoy, 29 años más tarde, los mapas de estos territorios, es mirar un conjunto de manchas de colores que indican las zonas contaminadas, una visión mediatizada por la política, con aberraciones tales como que los mapas de Belarus y Ucrania corten las zonas contaminadas siguiendo las contorsiones de los límites fronterizos, como si las fronteras políticas fueran una barrera a la dispersión de los elementos radiactivos, como si el sufrimiento que provocan las enfermedades en personas y animales, la contaminación del agua y los alimentos, no fueran comunes en poblaciones que comparten ecosistemas, y las lluvias, los vientos y las semillas detuvieran sus desplazamientos siguiendo la voluntad de los políticos. Quizás estos mapas irreales sean la mejor prueba del éxito que han tenido los promotores de la energía atómica en su trabajo de engañar, silenciar y ocultar.
Existen proyecciones de la contaminación de estas zonas hacia el futuro. Pero los mapas de colores no podrán mostrar cómo 29 años después la radiación sigue afectando la vida: los niños y niñas que nacen con deficiencias en el organismo debido a alteraciones genéticas, el aumento del 200 por ciento en casos de cáncer de mama, del 100 por ciento en la incidencia de varios cánceres y la leucemia, y del 2.400 por ciento en la incidencia de cáncer de tiroides.
Para obtener fragmentos de información hay que recurrir a páginas web e informes de las organizaciones humanitarias, que ofrecen datos de forma discreta para provocar respuestas en forma de donativos o subvenciones públicas; pero fuera de este ámbito restringido, y de los casos que se hacen públicos en cada aniversario, las áreas de desconocimiento son muy grandes: afectación de tierras, plantas y animales, alimentos, agua, ubicación de las personas, paro, concreción de las pérdidas (más allá de porcentajes abstractos como el 20% del presupuesto nacional anual), y miles de aspectos que hacen imposible referirse a Chernobil como algo del pasado.
En cuanto a las personas todo se reduce al "stress", única explicación de padecimientos crónicos que se ha mantenido como una coartada permanente de todo aquello que no se investiga. De creer a los gobiernos el principal problema de Chernobyl habría sido psicológico.
A los que se benefician de la energía atómica lo que más interesa en estos momentos es el silencio, desde el inicio de la catástrofe de Fukushima se pide tranquilidad. Mientras se hacen maniobras de todo tipo para "blindar" política e institucionalmente el funcionamiento de las centrales atómicas a 60 años, se multiplican los esfuerzos para pasar desapercibidos, para presentarse como una "actividad industrial" más. El control de la información en el caso de Chernobyl pasa por focalizar las noticias en la llamada "zona de exclusión", generando fragmentos informativos que van desde las habituales imágenes de Pripyat, la ciudad fantasma, hasta el éxito del videojuego y el incremento del "turismo de aventura".
sábado, 25 de abril de 2015
Chernóbil 29 años
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